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“¿Cric? ¡Crac!” y "Tras las montañas", libro de Edwidge Danticat.
“¿Cric? ¡Crac!” y "Tras las montañas", libro de Edwidge Danticat.
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“¿Cric? ¡Crac!” y “Cosecha de huesos”, de Edwidge Danticat

Edwige Danticat, una de las caras de la literatura antillana.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

La literatura del Caribe (continental e insular) más reciente resulta menos conocida que la referida a la de los años 50 a los 70 del siglo anterior, todo ello por la falta de traducción o por los desafíos de la globalización, que no permiten una mejor distribución, o, como pocas veces, por la ampliación del número de estos autores caribeños. Los más conocidos, desde finales de los años 20 y comienzos de los 40 y 50, son los nombres de cubanos como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, y, ya a finales de los 50,  Guillermo Cabrera Infante. 

Por otra parte, desde Puerto Rico, René Marqués y Luis Rafael Sánchez son los más reconocidos desde los años 50 y 60, así como Ana Lydia Vega, Rosario Ferré, y, desde República Dominicana, Juan Bosch es el escritor más reconocido, especialmente en el cuento.

Quisiera indicar que estos apuntes iniciales constituyen fragmentos inconexos, pues la literatura antillana consta de varios idiomas bases: español, francés, inglés, creole, holandés, entre otros, así como numerosos autores que dan lustre a unos textos narrativos, poéticos y ensayísticos tan sorprendentes como mal divulgados.

Desde la parte anglófona y francófona, al igual que en otras regiones del Caribe, la primera tentativa de desmarcarse de la escritura colonial, sucede desde los años 50 al 60. De  estas islas surgieron dos premios Nobeles de Literatura: Derek Walcott, quien nació en la isla de Santa Lucía, ya independiente, pero todavía asociada el Reino Unido como Mancomunidad de Naciones. Poeta, dramaturgo y artista visual,  fue ganador del Premio Nobel de Literatura en 1992. Entre sus obras poéticas más importantes se encuentran: 25 poemas (1948); Poemas seleccionados (1964), y Otra vida (1973), Uvas de mar negro en la Tierra húmeda seca-transparente (1976), El reino del caimito (1979), El viajero afortunado (1981); Verano (1984); Omeros, publicada en 1990, Garcetas blancas (2010), Pleno verano (2012). Tras la edición de Omeros, le fue entregado el Nobel, por esa obra poética que representa una “majestuosa epopeya caribeña”.

Walcott entremezcla, de manera híbrida en este poema-novela, lo que para diversos estudiosos, constituye  “una amplia meditación sobre la historia —que involucra a América, Europa, África y Asia—; sin embargo, desde el punto de vista de los estudios de traducción, podríamos afirmar que este poema épico es un intento del poeta por «traducir-se» en esta propuesta de (re)construcción de la historia y la memoria de un pueblo y, a la vez, de sí”, según indica Amanda B. Zamuner. Detrás subyace no solo una exposición de la identidad histórica de su pueblo, sino que ofrece una reflexión sobre la historia del Caribe, de Latinoamérica y de los países invadidos y colonizados, puesta en escenarios tan híbridos, multiculturales y contradictorios, en virtud de sus vetas literarias e históricas tan  ricas  como variadas.

El otro premio Nobel, Vidiadhar Surajprasad Naipaul, más conocido como V. S. Naipaul, nació en la isla de Tribinidad, y lo recibió en el 2001. Su obra literaria revela la influencia colonial, especialmente cuando escribe desde su proveniencia de la India, aunque su visión de mundo, como un viajero constante, no se afianzó identitariamente en un solo universo. Entre sus temas, se hallan el “olvido y pérdida cultural por un lado y alienación por el otro”, además “suele aludir a la existencia alienada de quienes se ven sometidos o involucrados en un ámbito que no les es propio”. Su obra literaria abarca tanto novelas como ensayos y libros de viajes.  Entre sus novelas más destacadas, se encuentra: El sanador místico (The Mystic Masseur), Los simuladores (The Mimic Men) y  La pérdida de El Dorado, Un recodo en el río, Entre los creyentes y  Una casa para el señor Biswas, su obra más reconocida.

Edwige Danticat y las características de la literatura caribeña

El panorama de la literatura antillana es muy amplio, pero reiteremos que muchas de estos textos son poco traducidas. Una de esas autoras es Edwige Danticat, quien nació en Haití en 1969. Reside en Estados Unidos, donde emigró cuando tenía doce años. Criada en Nueva York, ha escrito tanto ficción para adultos y niños, así como como no ficción. Su obra narrativa ha sido premiada casi toda y reconocida, por lo cual es una de las autoras más importantes en Estados Unidos. Entre los textos narrativos que comentaremos un poco Tras las montañas,  a la que se agregan  Cric, crac, que recibió la beca MacArthur en 2009, y Cosecha de huesos (1998), entre otros títulos literarios y de no ficción. Sus libros circulan en más de siete idiomas.

"Tras las montañas".

En Tras las montañas, Edwige Danticat, en tono aparentemente, autobiográfico, cuenta la vida de dos hermanos que habitan en Haití, en una población denominada Beau Jour, cerca de las montañas. Ella, Celiane, es una niña que, desde su infancia, comienza a escribir un diario, regalo de su maestra Madame August, y tras el cual comienza a anotar sus vivencias. El diario conforma una especie de voz narrativa en primera persona. El hermano, Moy, es un adolescente con unos 16 o 17 años, quien trabaja en una propiedad de la familia, sembrando maíz, y que le trae problemas entre sus amigos, quienes se burlan de él, pues consideran que no debiera trabajar allí, cuanto su padre trabaja en Nueva York. El joven estudia sastrería, aunque le gustaría ser realmente un pintor y dibujante. Al final, su padre los manda a buscar desde Nueva York.

Cuando leemos este libro, nos hacen recordar la serie de características que la estudiosa Margarita Mateo Palmer en “Literatura caribeña al cierre del siglo”, considera propia de esa literatura caribeña: 1) El problema de la identidad y 2) El autodescubrimiento y reconocimiento de la propia esencia, pues se trata de dar cuenta cómo estos personajes describen y exponen su entorno no solo como una forma de territorialización, sino su estar en el mundo, su forma de vivir y afianzarse, a través de su identidad.

A pesar de ser una historia para juventudes, en un momento, en la novela se introduce de manera más frontal la violencia que siempre ha rodeado a Haití, cuando Celiane y su madre son heridas en una explosión: la progenitora en una pierna, y Celiane en la espalda. Es allí cuando entra otra de las características de la literatura caribeña: 3) la indagación de la historia. Posteriormente, la familia de Celiane es mandada a buscar por el padre, fructificando otra de las mencionadas particularidades: 4) el viaje, pero al mismo tiempo, otro aspecto: el 5) el desarraigo y el exilio, cuando viajan a Estados Unidos.

“¿Cric? ¡Crac!”: ¡a contar!

Tras las montañas, novela para la juventud, dialoga con los cuentos de “¿Cric? ¡Crac!”, que significa: ¿empiezo? ¿Están listos? ¿Empiezo a contar?, ¿puedo contar lo que no se ha contado? Estas nueve historias revelan los dimes y diretes de estos habitantes haitianos que buscan otras tierras porque su país está lleno de terror y pobreza, para lo cual muchos buscan el exilio , como en “Hijos del mar”, viajando en un bote inseguro y con pasajeros que se quedan sin comida, a través de un contrapunteo de voces en primera o tercera persona, hasta la historia de esa chica que pare en el bote y no suelta a su bebé nacido muerto.

O el cuento “Mil novecientos treinta y siete”, donde se narra una parte de la masacre en el río Masacre, fuente hídrica que divide Haití y República Dominicana, y el cual significó para esa fecha la persecución y muerte de más de 15.000 haitianos. O la historia de “Un muro de fuego”, historia de una familia que se disgrega después de la muerte del padre, quien por subir a un globo de una familia terrateniente y no saber conducirlo, cae a tierra, aunque cumple su deseo ciego de subir al aparato. Mientras, su  hijo se queda sin ver su presentación de una obra de teatro cuyo lenguaje colonialista e impropio para los haitianos, representa la analogía de la caída del globo que navegaba el padre y termina en fuego. Este cuento celebra otra de las características de Mateo Palmer: 6) la carnavalización, lo grotesco y lo desmesurado, pues el cuento muestra el espíritu irracional y exagerado del padre fenecido.

"¿Cric? ¡Crack!".

O la historia de la madre que se prostituye para sostener el hogar en “Mujeres de la noche”, con un diciente y sintomático título que lo acompaña, o el cuento “Entre la piscina y las gardenias”, que guarda paralelo con el cuento inicial, “Hijos del mal”, con esa madre que guarda el cuerpo de su hijo fallecido hasta cuando decide lanzarse al mar. O “La paz ausente”, título irónico, que remarca la violencia y la seducción en el Haití contemporáneo y los cambios de situación por castigos de la propia sociedad. O como en “Una visión sencilla”, donde una pintora, Catherine, dibuja adolescentes, cuadros que los vende como exotismo en París, mostrando la explotación de las nativas haitianos por pequeños regalos, mientras se reproduce, de alguna forma, el usufructo que practicaron los conquistadores del Nuevo Mundo desde el siglo XVI en pleno siglo XX. Pasado y presente continúan.

Los tres cuentos finales hacen referencia a la vida en Nueva York de varias familias: “Mujeres diurnas de Nueva York” se convierte en la primera asimilación de las mujeres haitianas en Estados Unidos, y “La boda de Caroline”, que muestra la asimilación multicultural entre haitianos, jamaiquinos, mediante juegos lingüísticos, además de la consiguiente oralidad y el desarrollo de la otredad y el reconocimiento identitario en un país que también te invade con su cotidianidad.

“Cosecha de huesos”: historia y muerte en el río Masacre

En el año 1937 el dictador dominicano Leonidas Trujillo, desata una persecución violenta contra los haitianos y los dominicanos negros, que vivían en la frontera noroeste de la República Dominicana, que delimita con Haití, y en algunas zonas de la región adyacente del Cibao. Ello sucedió entre el 2 y el 8 de octubre, cuando tropas dominicanas envolvieron esta vasta región y, con la ayuda de alcaldes submunicipales, reservas civiles y muchos campesinos dominicanos, acabaron a machetazos entre 10.000 y 25.000 haitianos. La muerte se llevaba a cabo, incluso, contra aquellos haitianos que huían a su propio país a través del río Masacre, nombre resultado de los asesinatos a bucaneros franceses por parte de los colonizadores españoles en el siglo XVIII. El río continúa sigue en disputa entre las dos naciones.

Más allá de estas situaciones fácticas y de dolor, “Cosecha de huesos” muestra, además de la verdad histórica, una bella y equilibrada ficcionalización, en la que se narra la historia de Amabelle Desir y Sebastián Onius, quienes viven en República Dominicana como trabajadores emigrantes, a finales de los años 30. Ella, en una casa-finca, como empleada, y él como cosechador de caña de azúcar y en cualquier labor de campo. Ella recuerda mucho la muerte de sus padres en el río Masacre, fruto de las constantes persecuciones de la época. Amabelle acompañaa su patrona, la señora Valencia, a su padre, denominado Papi, así como a Pico Duarte, esposo de la señora Valencia. Varios campesinos que aparecen con sus nombres.

El preanuncio de las muertes y violencias que sucederán posteriormente, ocurre cuando Pico Duarte, que es un oficial del ejército dominicano, avisado de que nacieron sus hijos, atropella a uno de los trabajadores de los cañaduzales, Joël, sin responder por dicha muerte, pues esta es tomada como un “accidente” sin ninguna consecuencia. El “amo” atropelló a un cero, a cualquier cosa. De esta extrañeza o de la insospechada violencia que se desatará, Amabelle no se dará cuenta sino cuando su amante y sus amigos comienzan a huir o a desaparecer, luego de las constantes presiones de la fuerza militar, merced a las órdenes del General Trujillo, para expulsar a estos emigrantes haitianos. El despertar de Amabelle a la Historia se presenta de manera menos soterrada cada vez, para sufrirla después de manera horrorosa.

"Cosecha de huesos".

La novela se va tejiendo de manera lenta, armoniosa, viva. Va mostrando la relación de Amabelle y Sebastien a través de cambios de escenarios y técnicas narrativas que, en un comienzo, sirven para mostrar los pensamientos y la historia íntima de ella y su amante y cómo, poco a poco, sin embargo, la Historia y el Poder, van introduciéndose de modo subrepticio, oculto, fundamentada en la trampa de Trujillo y sus subalternos al poner a pronunciar la palabra perejil, de difícil pronunciación para los haitianos. Ello se conecta con el epígrafe bíblico de la novela, referido a que los efraimitas, cuando los hombres de Galaad los atrapaban y los ponían a pronunciar “Shibbolet”, pero ellos,  por situaciones de lengua, en que su dialecto carecía del sonido /ʃ/,solo alcanzaban a decir “Sibbolet”. 

Para el caso haitiano, la escritora Áurea María Sotomayor-Miletti expresa que “perejil” “es esa palabra que desata la violencia al ser escuchada por los que detectan la corrección de las normas fonéticas, una palabra que delata ser extranjero, atentar contra la unidad lingüística, y en consecuencia, ser demonizado”. Un ejemplo de la novela: “En el de trigo dijo tuigo. Y en el de perejil dijo puejil”. Y agrega Sotomayor-Milleti: “El pasaje destaca la anonimia de la palabra, el hecho de pertenecer al ámbito menoscabado de lo doméstico y lo culinario. Ello no implica su minusvaloración, más bien, subraya el poder simbólico que detenta en el contexto del concepto de la limpieza étnica que moviliza este genocidio: el temor a la lengua creole, al vudú y al creciente intercambio entre ambos pueblos. La orden era limpiar, en el más amplio sentido de la palabra”. 

Para Trujillo y sus subalternos, se quiere mantener el lenguaje limpio, representa la exclusión del “otro”, conlleva quitarle su espacio, su nacionalidad, sus derechos, sus poderes, su vida. Conlleva, así mismo, limpieza racial, lingüística, espacial, desterritorializar, y también borrar el ser del otro. De ello hacen parte las escenas donde golpean a Amabelle en la población a la que llega accidentalmente a buscar a su amante y al cura de su región, representando la más clara humillación al ser humano, a su irrespeto y violación de sus derechos, prohijado por los soldados trujillistas. Es una persecución metafórica y paralela de la otra tragedia que sucedió en el río Masacre, contra esa creciente cantidad de haitianos asesinados, más de 15.000.

El lenguaje

No obstante estos señalamientos de la violencia en República Dominicana, el lenguaje de Edwige Danticat no aboca un lenguaje fuerte.  Con relación a otras novelas sobre la misma temática, “Cosecha de huesos” esta no se explaya en los detalles horroríficos, pero no deja de mostrar las huellas de esta misma violencia, pero sin dramatismos. En los interregnos de las huidas, la autora explora a los personajes como seres humanos vivos. Leamos algunos momentos de ese lenguaje que ensaya miradas poéticas: 

“En el sueño veo a mi madre alzarse, como el espíritu materno de los ríos, por encima de la corriente que la ahogó”. 

“Lleva un vestido de cristal, hecho de la endurecida claridad del río, que ondula detrás de ella como una polvareda cuando corre a mi encuentro y me envuelve en sus brazos de humo. El rostro se parece al mío; de hecho es el mismo rostro largo, de tres diferentes tonos nocturnos, y la sonrisa revela las dos hileras de dientes”. 

“Se llama Sebastián Onius y su historia es como un pez sin cola, un vestido sin ruedo, una gota sin caída, un cuerpo que al sol no da sombra”. 

“Su ausencia es mi sombra; su aliento mis sueños. Los sueños nuevos parecen un derroche, fastidios innecesarios, demasiado que amontonar en el pequeño espacio que queda. rece al mío; de hecho, es el mismo rostro largo, de tres diferentes tonos nocturnos, y la sonrisa revela las dos hileras de dientes”.

Con estas tres obras de Edwige Danticat, se podrían repasar algunas de las características propuestas por Margarita Mateo Palmer: plantean el problema de la identidad, de uno seres que buscan ser haitianos, pero que se los quiere borrar en todos sus aspectos. Pero al mismo tiempo, esto los lleva al “autodescubrimiento y reconocimiento de la propia esencia”, así como el del otro. De igual manera, se indaga, desde la ficción, la historia, así como, el desarraigo y el exilio. Producto de ello, surge el viaje hacia lo propio hacia el suelo natal, así sea huyendo. Y en medio de ello, los textos refieren la pluralidad lingüística y la oralidad y el habla coloquial como rescate. Tras todo ello, se halla la Historia por rescatar, mediante la nostalgia y la memoria. Y la buena, la excelente literatura.

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